Ella (Gene Tierney) es una señora viuda que vive en el Londres de principios del siglo XX, con su hija de ocho años Anna (Natalie Wood), su suegra (Isobel Elsom), su cuñada (Victoria Horne) y su ama de llaves Martha (Edna Best). Un buen día decide marcharse a vivir junto al mar, ante la firme oposición de su suegra y cuñada, pero consigue salirse con la suya y alquila una preciosa y poética villa sobre unos acantilados. Esta marítima mansión que lleva por nombre «La Gaviota» y desde cuya habitación principal se disfruta de unas vistas maravillosas de marejadas, amaneceres y atardeceres marineros, guarda en sus entrañas un fantasmagórico secreto. En efecto, en «La Gaviota» envuelta en poemas de Keats, blancos visillos levantados por el viento de la mar, y barcos anclados en el oleaje de los sueños, vive un fantasma: el del capitán Daniel Gregg (Rex Harrison).
El pobre e irascible capitán murió asfixiado mientras dormía y claro, una forma tan tonta de morir es motivo más que suficiente para convertirle a uno en fantasma. Y así y de esta forma el capitán Gregg, mejor dicho, el fantasma del capitán Gregg se lo pasa bomba fastidiando a la gente que tiene la desvergüenza de querer habitar su casa. Pero Lucy-Lucia mejor, Lucía es nombre de reina, de amazona, que le diría un ya enamorado y fantasmal capitán Gregg a la valiente y atractiva viuda señora Muir-, no le amilana un fantasma descarado y gruñón, por muy lobo de mar que hubiese sido en su otra vida. Entonces, casi sin darse cuenta, van entablando una extraña relación mitad amistad, mitad… ¿amor? Y he aquí el principio de las primeras conversaciones juntos entre el capitán y la joven viuda, al lado del fantástico mirador de la habitación de ella, y que era de el capitán Daniel Gregg cuando no era aún un fantasma.
Él le explica a la señora Muir que fue un niño bastante terrible criado por una vieja y pobre tía, que se pasaba la vida limpiando las alfombras que su sobrino ensuciaba sin tregua. Continúa explicándole a la muy interesada Lucy- Lucía mucho mejor-, que un buen día a la edad de dieciséis años abandonó a su tía para irse a recorrer los siete mares. Entonces en una escena de belleza sublime, ella se queda en silencio meditando, mientras él le pregunta en qué piensa. Y ella, ensimismada responde: «En lo sola que debió sentirse su tía viendo las alfombras limpias». Creo que esta escena resume en uno o dos fotogramas de arrebatadora belleza el poder de sentimientos como el amor, el afecto, la soledad, y la infancia que se marcha para no volver. Mientras continua el lento e implacable paso del tiempo, representado por ejemplo, en otra escena inolvidable, Anna Muir de pequeña y con la ayuda de un amable pescador del pueblo, escribe su nombre en un tablón de madera medio hundido a mitad de la playa. Muchos años más tarde, durante una tormenta vemos el mismo tablón, ahora ya podrido, comido por la sal y las mareas, y el nombre de «Anna Muir» que pintaran aquella lejana tarde de la infancia, gastado y apenas legible ya, mientras el oleaje quiere borrarlo del mapa, y suena la maravillosa música que compuso el maravilloso Bernard Herrman, autor de la música de Psicosis. Tan maravillosa es la música de Herrman, como la dirección de Joseph L. Mankiewicz (Eva al desnudo, Cleopatra), tanto que El Fantasma y la señora Muir se ha convertido en una de sus obras más inolvidables.
«¡Cuantas cosas nos perdimos Lucía! ¡La galerna del norte que en el Cabo de Hornos hace que el mar se ponga blanco de espuma…! ¡Cuántas cosas nos perdimos!» Le susurra el capitán Gregg a una dormida señora Muir, antes de desaparecer durante muchos años. ¿Todo ha sido un sueño? Podría ser…pero…
Ada García
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