"La vergüenza de la historia repetida: Así se repartieron África las potencias mundiales"

En el ocaso del siglo XIX, África fue escenario de una vorágine de codicia disfrazada de civilización. Las potencias europeas, ávidas de recursos y dominio, trazaron líneas en mapas distantes para dividir un continente cuyo destino no les correspondía decidir. El saqueo sistemático de tierras, la explotación despiadada de personas y la imposición de fronteras arbitrarias dejaron un legado de injusticia que perdura hasta nuestros días.

Mientras las élites coloniales se enriquecían con la riqueza africana, millones de personas fueron sometidas a la esclavitud, la violencia y la marginación. Y aunque los tiempos de la colonización directa hayan quedado atrás, las cicatrices del pasado continúan sangrando en formas más sutiles pero igualmente perniciosas.

Las pateras, frágiles embarcaciones que surcan las aguas del Mediterráneo, son testigos silenciosos del legado colonial de Europa. Los africanos, desesperados por escapar de la pobreza y la persecución en sus países de origen, arriesgan sus vidas en búsqueda de un futuro mejor. Sin embargo, en lugar de ser recibidos con compasión y solidaridad, son confrontados con vallas, alambre de púas y políticas migratorias inhumanas que los condenan al sufrimiento y la muerte.

El racismo español, arraigado en siglos de supremacía blanca y discriminación estructural, se manifiesta de manera flagrante en la forma en que se trata a los africanos que llegan a sus costas. En lugar de ofrecerles refugio y protección, son objeto de xenofobia, prejuicios y violencia institucionalizada. La retórica deshumanizadora de los políticos y medios de comunicación alimenta un clima de odio que perpetúa la marginalización de las comunidades africanas en España y en toda Europa.

Es hora de enfrentar la verdad incómoda de nuestro pasado colonial y reconocer el papel que juegan las potencias mundiales en la persistencia de la injusticia en África. Debemos abogar por políticas migratorias justas y humanitarias que respeten la dignidad y los derechos de todas las personas, independientemente de su origen o color de piel. Solo así podremos comenzar a sanar las heridas del pasado y construir un futuro más justo y equitativo para todos.