Greenpeace lleva a Bakú restos de desastres climáticos
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En esta semana se cumplen 4 años de la criminal reclusión de Julian Assange, ciudadano australiano secuestrado y condenado por EE.UU. por haberse atrevido a incomodar al grupo mafioso, el más poderoso y sangriento de la historia, mundialmente conocido como la «civilización occidental». Está acusado por 18 delitos, incluyendo el de espionaje. Nunca estará de más, jamás será sobrante ni reiterativa ni obvia una sola palabra de solidaridad y de apoyo a Assange, por inútiles o ingenuas que sean.
Más allá del mito o símbolo en que lo convirtieron los medios dentro de lo cíclico y pasajero de sus modas, el deber ético de todo periodista, comunicador o activista social es la defensa incondicional de un ser humano perseguido por revelar los crímenes de Estado cometidos por las superpotencias que creen gobernar nuestro mundo.
Estoy seguro de que las valientes y oportunas revelaciones y denuncias de su plataforma WikiLeaks salvaron miles de vidas, incluso de ciudadanos norteamericanos, y tal vez evitaron más de una guerra. Tal vez fue más eficiente eso que todas las organizaciones internacionales y los movimientos pacifistas juntos. Por eso, su Nobel de la Paz es la cárcel. La condena a Assange, más parecida a una ejecución pública, es un mensaje de terror a todos los que se atreven a desafiar a los EE.UU. y a sus aliados.
Si nuestra grandeza está en el tamaño de los enemigos que elegimos, entonces Assange, le pase lo que le pase, por siempre quedará como un gigante.
Hace unas semanas se celebró el III Foro Mundial de Derechos Humanos en Argentina, que culminó con una declaración de apoyo y solicitud de libertad para Julian Assange. Pero sucede algo curioso. Entre las firmas de los personajes que exigen su liberación aparecen nombres de lo más increíbles. Por ejemplo, el del expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, el del expresidente de Colombia Ernesto Samper y el del presidente argentino Alberto Fernández. Si alguien todavía se acuerda, Zapatero fue un seudosocialista quien amplió la presencia militar española en Afganistán y luego ordenó a las fuerzas españolas participar en la invasión de la OTAN en Libia, Samper fue otro típico jefe del narco-Estado paramilitar colombiano, siempre a las órdenes de sus amos del norte, y Fernández, alguien quien más allá de sus opiniones tan especiales sobre la política rusa, desde hace tiempo simplemente no cumple con las promesas sociales juradas por él para el pueblo argentino, pero ahora pide a Joe Biden el apoyo de los EE.UU. en su negociación con el FMI.
Varios defensores de Assange, durante años de su quehacer político, no encontraron ni una sola palabra crítica para el gobierno estadounidense, jamás se pronunciaron sobre el rol de la OTAN en la actual tragedia ucraniana y parece que «pedir libertad» para alguien a quien en realidad nunca se piensa liberar es el acto más heroico en su carrera política.
Da la impresión de que la justa causa de solidaridad con Assange fue convertida por sus enemigos en una especie vitrina de rebeldías «políticamente correctas». Como no existe un verdadero movimiento de solidaridad con él y nadie lo puede liberar, estas tímidas peticiones de vez en cuando no ponen nada en riesgo y son una perfecta válvula de escape para un mundo donde quedan cada vez menos derechos y permisos.
Como si Julian Assange ya estuviera muerto, su nombre, como el de los héroes del pasado, convertidos en figuras de bronce, es usado para el ‘marketing’ político por cualquier oportunista o sinvergüenza. Ahora, solo desconectándonos de Internet es muy fácil quitarnos el derecho a la réplica. Mientras a él lo están matando de a poco en la cárcel, otros en libertad y de bastante conformidad con el sistema que lo asesina están haciendo su carrera con su nombre.
La parte más terrible de esta historia es la soledad. Mientras más eventos internacionales y reuniones ‘online’ se hacen «por la libertad de Assange», más sólo está él. En el mundo actual, muy diferente de los tiempos de la guerra en Vietnam y hasta de los de hace una década, cuando los EE.UU. invadieron a Irak, ya no existe un movimiento pacifista organizado, capaz de reunir a millones de personas, cortando las rutas y paralizando las industrias y los puertos. Muchos de los pocos que dicen ser pacifistas son contratados por medios y organizaciones financiadas por los fabricantes de armas. Las firmas electrónicas en los ‘mails’ de protesta no sirven más que para aliviar la conciencia de los firmantes y completar las bases de ‘big data’ de las corporaciones y de los servicios de inteligencia.
Es curioso que una de las acusaciones más grandes y graves contra Assange sea que haya conseguido y recopilado datos de Internet, cosa que ahora es la práctica cotidiana de miles de empresas privadas y de gobiernos que funcionan como si fueran empresas privadas.
Con la destrucción de la principal obra de Assange, el portal WikiLeaks, se acabó la tan publicitada por el sistema libertad de las redes sociales. Hay opiniones de que fue la misma CIA quien permitió la creación de WikiLeaks con el fin de filtrar sus revelaciones y al final obtener una excusa contundente para censurar las redes.
Desde la experiencia de hoy, cuando vemos con qué grado de control y manejo propagandístico funciona toda la gran prensa del mundo occidental, cuesta imaginar que las filtraciones de WikiLeaks se hayan publicado libremente, sin el consentimiento previo de los dueños de medios que pertenecen a los gigantescos consorcios relacionados con la industria militar y los servicios secretos del Estado. ¿Realmente el mundo era tan diferente antes o sólo hasta ahora empezamos a comprenderlo con mayor criterio de realidad?
¿No era Assange, con toda su capacidad de hackear y acceder a todos los secretos del mundo entero, el más ingenuo de nosotros, conociendo de primera mano toda la monstruosidad del sistema y creyendo que podría combatirla democrática y pacíficamente, revelando los crímenes del poder global a los ciudadanos del planeta?
¿Por qué, conociendo cómo funciona el circo de la «sociedad del derecho», buscó como el lugar más seguro del mundo la embajada ecuatoriana en Londres? Habrá muchas más preguntas al viento, que todavía están por levantarse, pero en el mundo de hoy, fuertemente formateado y censurado por los dueños de las redes, los medios y las plataformas, ya es cada vez más inútil buscar las respuestas en las pantallas. Todas las «filtraciones de ahora» son una nueva estrategia de ‘marketing’ del sistema para seguir vendiéndonos sus ‘fake news’…
Mientras buscamos nuevas formas de hacer periodismo libre de las órdenes de los bancos y las corporaciones, no dejaremos de exigir la libertad para nuestro colega y compañero Julián Assange.
Oleg Yasinsky
Periodista independiente de orígen ucraniano, residente en Moscú.
Noticia tomada de Pressenza
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