El vagón número cinco

(Cuento inspirado vagamente en la película «Pánico en el Transiberiano»).

Albacete 26/10/2022 Ada García

-Besame otra vez antes de marcharte…Me dijo.

Y nos besamos con ganas y él y yo, aún a sabiendas que ese era el último beso de nuestras vidas. Alli al anocher, en la estación de Atocha, con media humanidad yendo y viniendo, entrando y saliendo de trenes abarrotados, porque era agosto y todo el mundo tenía que ir a alguna parte. Me besó. Su insaciable boca mordisqueaba glotonamente mi garganta, y su cuerpo abrazaba el mío. Yo llevaba la blusa de gasa blanca, la que es completamente transparente, y la falda negra y estrecha hasta las rodillas. Mis tacones negros elevaban mi estatura hasta los hombros de él, de manera que besarnos fuese más más fácil y cercano. Y a sabiendas de qué si, de que era el último beso, su lengua pasó despacio por mis labios, que ahora sabían a él, que es un sabor que no se puede confundir con ningún otro. Un sabor antiguo, un sabor de bosques a los que nadie sabe cómo ir.

En el tren. (Vagón número cinco).

Un señor alto se sienta a mi lado, y su cara seria y enjuta me recuerda a… ¿a quién me recuerda este señor? El caso es que al levantarme para poner mi maleta correctamente sobre la estantería del equipaje, este desconocido señor me roza los muslos con una mano haciendo ver que no ha pasado nada. Es efectivamente el primero en caer. Así que le sigo tranquilamente cuando sale disparado hacía el pasillo, porque le llaman al móvil, y desaparecemos los dos tras la puerta de cristal.

-Un momento, perdone señor…

-¡Hola, monada!

-Usted…

-¿Qué? ¿Qué quieres… ? ¡No… no…! ¡So… socorro…! (¡Ñac! ¡Ñoc! )

Y al final , cuando el tipo ya está en el suelo, seco como hoja de otoño sobre el camino, de pronto se me viene encima una imagen: este tipo alto, con sombrero, traje y corbata…: ¡Se parecía a Christopher Lee!

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Ya de nuevo en mi asiento, un empleado muy antipático, clon del actor Telly Savallas, me invita muy maleducadamente a sentarme en el sentido contrario a la marcha, cosa que los auténticos vampiros detestamos. ¡Y eso que estaba vació el asiento contiguo! En tanto, un paisaje violeta, profundamente solitario y oscuro, sin luna, ni estrellas, ni luciérnagas, se asoma a las ventanillas. El amanecer pronto nos diría buenos días. Así que, rápidamente busco al clon de Telly por todo el vagón número cinco, hasta que encuentro por fin en la vacía cafetería al hombre más antipático del viaje. El hombre bebe su café maquinalmente, mientras resuelve un sudoku más dormido que despierto. Nadie se da cuenta de que, lo que se dice en un abrir y cerrar de ojos, de un mordisco silencioso pero certero, hago que el bueno de Telly se desplome hasta el suelo. Sus ojos son blancos y su mirada está rota, y durante el minuto siguiente olvido completamente su existencia. Salgo cautelosamente rumbo a mi vagón, el vagón número cinco, justo en el momento en que llegamos a Santa Justa. Son casi las seis de la mañana y es hora de ir a domir. Mi coche, un Démeter híbrido, me espera a la salida, y pongo rumbo a toda prisa hacia mi mansión en el barrio de Santa Cruz. Sevilla aún duerme en este amanecer tórrido y perezoso.

En mi cripta.

Pero cómo no me puedo dormir, los vampiros dormimos muy poco y muy mal, eso lo sabe cualquier vampirólogo, me pongo a repasar en mi atadúd mis clases de francés. Mientras el último beso que me dió aquel vampiro alto y silencioso en Atocha, todavía sangra como una herida abierta en carne viva que es.

Memorias de un vampiro errante.

Por Ada García, colaboradora habitual de albacetealdia.es

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