los resultado del 23J es muy diferente a lo que todos los medios, encuestas y analistas vaticinaban. Una alta participación ha desbaratado lo que se anunciaba, cerrando el paso a un gobierno del PP con Vox. Pero las urnas no han mostrado un apoyo cerrado a los cuatro años de gobierno de coalición, en los que ha seguido avanzando el atraco financiero y monopolista.
El veredicto de las urnas del 23J es positivo para los intereses populares. La mayoría social progresista, un viento popular y patriótico de votos ha vuelto a irrumpir -en las condiciones en que podía hacerlo- produciendo un resultado muy diferente al que vaticinaban las encuestas, las predicciones y las tertulias. Una gran movilización ciudadana ha expresado un rotundo rechazo a un gobierno encabezado por el PP e integrado por Vox.
Pero los cuatro años de gobierno de coalición -donde el saldo es que ha seguido avanzando el atraco financiero y monopolista sobre el conjunto de la población- no han sido respaldados masivamente, ni premiados con una gran recompensa de votos. Las clases populares han evitado cuatro años de gobierno de Feijóo, pero no se han echado en brazos de Sánchez.
La ciudadanía manda sobre las encuestas
El resultado del 23J es muy diferente a lo que casi todos los medios, encuestas y analistas vaticinaban. Y son distintos, primero, por una inesperada alta participación del 70% (cuatro puntos más, que en las generales de 2019 y 2 millones de votos más, tanto respecto a 2019 como respecto al 28M). Todas las encuestas vaticinaban unos resultados que entregaban a la suma de PP y Vox una cómoda mayoría, y se discutía si Feijóo alcanzaría una cifra suficiente -160 diputados- para gobernar en solitario.
El saldo de las urnas no ha podido ser más diferente: al hundimiento de Vox se le une unos resultados del PP muy por debajo de las expectativas. El “giro de guion” se explica por una nueva irrupción del viento popular y patriótico, de una inesperada movilización de la mayoría social progresista, que ha demostrado mantener una capacidad de influencia en la política española que muchos daban por enterrada.
Un importante sector de las masas progresistas, que no votó en las municipales y autonómicas, sí se ha movilizado ahora. Expresado en los 4,17 puntos más de participación respecto a las generales de 2019 y en los dos millones de votos adicionales si tomamos como referencia el 28-M. Lo ha hecho en un terreno de juego y bajo unas condiciones “marcadas”. No podía poner el foco en el rechazo a los recortes y el saqueo de la inflación y la subida de las hipotecas, puesto que este debate ha sido conveniente ocultado. Pero sí para evitar la posibilidad de un gobierno encabezado por el PP y con presencia de la ultraderecha.
Tal y como plantea Enric Juliana “en España se ha parado en seco el efecto Meloni”. En todas las elecciones celebradas en Europa tras la pandemia la ultraderecha ha crecido, entrado en el gobierno en muchos casos, incluso encabezándolo como en Italia. En España ha sucedido exactamente lo contrario: una debacle en toda regla de Vox y un serio correctivo a un PP que acentuaba sus rasgos más reaccionarios. Esta irrupción del viento popular y patriótico -que también se expresa en la defensa de la unidad y el rechazo a la fragmentación- ha desbaratado todas las previsiones, y ha sacudido una vez más el tablero político.
Estados Unidos nos manda
Los principales altavoces del hegemonismo ya han hecho su primera valoración de las elecciones, que ocupan la portada de los grandes medios norteamericanos. Evidenciando que la superpotencia sigue muy de cerca lo que sucede en España, y expresado su sorpresa y preocupación por los resultados.
The Wall Street Journal afirma: “Una apretada carrera electoral en España apunta a un parlamento colgado. Las elecciones generales no lograron producir una mayoría clara”. The New York Times plantea: “Unas elecciones no concluyentes empujan a España a un embrollo político. Ningún partido obtuvo apoyo suficiente para gobernar, generando semanas de incertidumbre”. Y el Financial Times editorializa así: “España sumida en la incertidumbre política tras el estancamiento electoral. El PP de Feijoó se convierte en el partido más grande del congreso, pero ni él ni el primer ministro Sánchez tienen un camino claro para formar gobierno. Los errores conservadores ayudaron a Sánchez a detener la marcha de Vox en España”.
Lo que se jugaba en estas elecciones es qué gobierno iba a gestionar los ajustes y recortes que exige el hegemonismo, desde el FMI a Bruselas, y la oligarquía, aceptados tanto por el PP como por el PSOE y Sumar, y bajo qué correlación de fuerzas podía avanzar el proyecto de saqueo. Esta batalla sigue abierta, y la amenaza de nuevos recortes sigue vigente. Pero la irrupción del viento popular y patriótico, y la confirmación de que se mantiene su influencia política, genera unas condiciones más favorables para enfrentar esta batalla.
Feijóo no puede gobernar
El rechazo de la mayoría progresista hace casi inviable un gobierno de PP y Vox, que ya se había ensayado en varias autonomías. Pero el voto popular no ofrece tampoco un apoyo cerrado al actual gobierno de coalición ni avala la continuidad de sus políticas. El mensaje de las urnas es rotundo: NO a un gobierno de PP y Vox que, como en las autonomías y municipios donde ya existe, presenta un rostro reaccionario que genera un amplio rechazo. El desplome de Vox es una extraordinaria noticia. Se ha dejado 623.000 votos y ha perdido 19 escaños. Abascal no será vicepresidente y Vox no será decisivo en la formación de gobierno. La ultraderecha ha demostrado ser un activo político tóxico.
Pero también el PP se ha topado con serios límites. Es el partido más votado, en los resultados generales y en 40 de las 52 circunscripciones, pero sus resultados están muy lejos de sus expectativas. Demandaba 160 diputados para gobernar en solitario, como sí sucedió en Andalucía o Madrid. Y se ha debido conformar con solo 136 escaños. El PP supera en 3 millones los votos obtenidos en 2019, y consigue un millón más que el 28-M. Pero sus resultados en 2023 apenas suponen 185.000 votos más de los obtenidos por Rajoy en 1996.
El “tsunami azul” no se ha producido. Y el PP ha pinchado en territorios donde todos daban por descontado una amplísima ventaja, como Andalucía, Madrid y Valencia. La suma de PP+Vox da 2,4 millones de votos más que en 2019, pero si a la ecuación sumamos Ciudadanos, el saldo del bloque de la derecha da negativo, perdiendo 44.000 votos. El PP está muy lejos de su techo -los 11 millones de votos de Aznar-, y tiene muy difícil su retorno a la Moncloa.
Pero no hay un apoyo cerrado a Sánchez
Ha actuado el “voto útil”, pero la movilización para evitar un gobierno de la derecha y la ultraderecha no se ha traducido en un apoyo cerrado al actual gobierno. Si sumamos los votos de PSOE y Sumar -las fuerzas presentes en el gobierno- el saldo es positivo respecto a 2019, pero apenas significa 262.000 votos más, en un momento de “movilización de la izquierda”. El PSOE obtiene casi un millón de votos más que en 2019, pero lo hace en buena medida a costa de Sumar, que obtiene 700.000 votos menos que hace cuatro años, está tres millones de votos por debajo de los resultados obtenidos por ese espacio político en 2015.
El voto popular no ha “premiado” las políticas del actual gobierno, que ha gestionado el avance del saqueo del hegemonismo y la oligarquía a través de la inflación y la subida de hipotecas y préstamos.
Se fortalece el “bipartidismo imperfecto”
Se ha fortalecido, aunque con límites el “bipartidismo imperfecto” expresado por PP y PSOE. Y las perspectivas auguran un difícil y complicado camino para cualquiera de las opciones de gobierno. El peso del PP se fortalece en su relación con Vox. La ultraderecha -que avanzaba en cada una de las elecciones en los últimos años- ha visto muy recortada su influencia. Y también se fortalece la “pata izquierda” del bipartidismo, el PSOE, en su relación con Sumar. Si antes PSOE y Sumar estaban en una relación de 3 a 1, ahora será de 4 a 1 en beneficio del primero.
Pero por otro lado el PSOE tiene mucho más complicado que en 2019 alcanzar una mayoría de investidura. Deberá contar con el Sí de ERC y Bildu y al menos con la abstención de Junts, que ya ha expresado una negativa rotunda. Y aunque lo lograra, sería un gobierno más débil que el actual, y con serios problemas de gobernabilidad. La posibilidad de que no se pueda formar gobierno y se necesario repetir las elecciones -como ya sucedió en 2016 y 2019- está abierta.
Castigo a las fuerzas fragmentadoras
El voto popular este 23-J se ha manifestado claramente en contra de la fragmentación y en defensa de la unidad. Las fuerzas de la fragmentación están mucho más débiles ahora, y las que defienden la unidad, más fuertes. El apoyo a las fuerzas de la fragmentación en toda España ha descendido en 713.000 votos. Han perdido el respaldo de uno de cada tres que los votaron en 2019.
Los resultados en Cataluña son históricos y espectaculares. Las fuerzas independentistas han perdido casi 700.000 votos, ¡el 42% de los que tenían en 2019! Y para encontrar un partido independentista hay que bajar a la cuarta posición. El PSC ha sacado más votos que todos los partidos independentistas, Sumar es el segundo más votado y el PP ha sacado más votos en Cataluña que ERC y Junts.
En Euskadi también ha retrocedido la fragmentación y avanzado la unidad. El PNV pierde más de 100.000 votos. Y Bildu crece gracias a acentuar un mensaje de izquierdas. El PSOE es el partido más votado en Euskadi. Y si hace cuatro años las fuerzas de la fragmentación tenían 9.000 votos más, hoy los partidos que defienden la unidad están más de 50.000 votos por delante.
Eduardo Madroñal Pedraza
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