Hace unos meses, al presidente francés se le ocurrió la genial ideal de proponer una Tregua Olímpica justo en medio de sus más feroces gritos de guerra.
Que no nos confundan. Todos los grandes medios nos presentan un 8-M convulso para que concentremos nuestra atención en las disputas entre PSOE y Unidas Podemos y sus expectativas electorales. Todo eso existe, pero el protagonista del 8-M -que queda oculto bajo el ruido mediático- es el movimiento feminista. Y debemos ser conscientes de su enorme fuerza y capacidad, basada en primer lugar en la organización de decenas de miles de mujeres. En España existen más de 1.000 organizaciones feministas registradas. Y hay muchas otras que no aparecen en ningún registro oficial.
Y ya se ha expresado con su enorme fuerza de movilización -como en 2018 que organizó las mayores movilizaciones mundiales, con 5,3 millones de trabajadoras secundando la huelga feminista, y tres millones acudiendo a las numerosas manifestaciones-; que ya se ha ganado el apoyo del 90% de la población; no solo de toda la izquierda, sino también de muchos sectores “conservadores” que apoyan sus reivindicaciones.
Y ha conseguido importantes victorias. La impresionante reacción a la intolerable sentencia del caso de la manada supuso un antes y un después, y está en el origen de la Ley del Solo sí es sí. Y la sentencia del Tribunal Constitucional respaldando la ley del aborto -una de las más avanzadas del mundo- muestra el terreno ganado. Esto no quiere decir que no existan problemas importantes. Pero frente a la división y el enfrentamiento, que solo interesa a quienes buscan debilitar el movimiento feminista, necesitamos unidad para defender las conquistas alcanzadas, avanzar en una igualdad salarial real y erradicar la violencia machista.
Una historia revolucionaria
El 8-M es el día de lucha de la mujer trabajadora. Y está indisolublemente unido a la lucha de millones de mujeres revolucionarias contra la explotación y la opresión. Fue la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague en 1910 donde se instauró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Y de nuevo el 8 de marzo, esta vez de 1917, las trabajadoras rusas salieron a la calle, en una movilización que contribuyó a la liquidación del zarismo en la Revolución de Octubre.
La primera revolución proletaria permitirá un avance en los derechos de la mujer -voto, divorcio y aborto- impensables en los más avanzados países capitalistas. En España una de las primeras celebraciones públicas del 8 de marzo, celebrada en 1936, estuvo presidida por Dolores Ibarruri, dirigente comunista. La historia y el presente del 8 de marzo demuestran cómo, aunque ahora se pretenda ocultar, la lucha del movimiento feminista ha ido -desde su mismo nacimiento- de la mano de la revolución.
Una cuestión de clase
La opresión contra la mujer es también una cuestión de clase y está ligada a la explotación. Las bases materiales de las desigualdades de género hay que buscarlas en salarios y pensiones. En los salarios y pensiones que no se cobran por el hecho de ser mujer trabajadora.
Como sintetiza UGT, a partir del 28 de noviembre y hasta final de año, las mujeres trabajan gratis. Es decir, las grandes empresas se “ahorran” 34 días que deberían abonar a las mujeres si su salario fuera igual al de los hombres. Según un estudio del Sindicato de Técnicos de Hacienda (Gestha), el salario medio anual de las mujeres es 4.600 euros menor al de los hombres. Los informes de CCOO y UGT elevan esta cifra a 5.200 euros.
A igual trabajo igual salario sigue siendo una meta a conquistar. La realidad es que las mujeres trabajan más y cobran menos. La causa es la precariedad y el paro -que en los hombres es del 11%, en las mujeres es cuatro puntos más. Y el tipo de trabajo. En los menos cualificados -donde se concentran los trabajos con menor sueldo- las mujeres duplican a los hombres. Y la temporalidad. El porcentaje de mujeres con contratos temporales es muy superior a la media, y el 73% de los trabajos a tiempo parcial están ocupados por mujeres. Esta “brecha salarial” sigue en las pensiones -las mujeres pensionistas perciben un 34,3% menos- con 3.976 euros menos de pensión al año.
Esta es la base material de la desigualdad, vinculada a la explotación. El primer “techo de cristal” que hay que romper. No hay libertad sin independencia. La independencia económica es una condición básica para romper las bases materiales de la dependencia en la pareja y de la violencia machista. Por eso esta debe ser nuestra primera reivindicación.
Unidad, unidad y unidad
Necesitamos unidad para alcanzar una igualdad salarial real entre mujeres y hombres, y para erradicar la violencia machista. Todas las conquistas populares exigen unidad. Todas las organizaciones feministas, por encima de sus divergencias, están de acuerdo en estos puntos nodulares: acabar con la brecha salarial y la discriminación laboral que sufren las mujeres trabajadoras; erradicar la violencia machista, defendiendo el consentimiento como nódulo de la libertad sexual, elevando la protección a las víctimas y dedicando más recursos a acabar con esta lacra; desplegar un combate ideológico y práctico contra la opresión patriarcal; y defender las conquistas alcanzadas gracias a la movilización unitaria.
Como militante de Unificación Comunista de España y miembro de Recortes Cero defiendo la unidad para luchar por los derechos de la mujer trabajadora; la unidad contra la brecha en salarios y pensiones; y la unidad contra la violencia machista. Y apoyo un programa claro: -Ninguna mujer sin trabajo. -Ningún salario por debajo de 1.200 euros. -Ninguna pensión por debajo de 1.000 euros. Y una exigencia unánime: ¡Violencia machista cero!
Eduardo Madroñal Pedraza
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