Tristemente nos acercamos al terrible aniversario de la invasión rusa de Ucrania. El 24 de febrero de 2022 Rusia inició su brutal agresión contra Ucrania. Desgraciadamente en la izquierda hay una siniestra confusión en la que todo se coloca al revés, y la brújula moral pierde el norte. Hay un hecho claro, hay una invasión imperialista. No debe haber ninguna duda sobre qué posición tomamos: denunciar al invasor y respaldar sin matices al invadido.
Por supuesto, Estados Unidos -como única superpotencia realmente existente- es la principal fuente de guerra y agresión del planeta. Pero también es sangrientamente cierto que los asesinos de personas indefensas en Ucrania están en Moscú. Por ello oponerse sin matices contra la invasión rusa de Ucrania es un imperativo moral para todos los demócratas, y aún más para todos los revolucionarios.
¿Tenían derecho los vietnamitas a defenderse de la invasión estadounidense o debían rendirse en nombre de la paz? Ninguna persona de izquierdas tendrá dudas. ¿Entonces por qué hay quienes niegan ese derecho a los ucranianos? Apoyar a Ucrania -el país invadido, también con ayuda militar- es garantizar que pueden defenderse de la salvaje invasión rusa. Y la única manera de luchar por la paz es exigir ¡fuera tropas invasoras rusas de Ucrania!
En su discurso en la 19ª reunión anual del Club Valdai, Putin afirmó que “el futuro del nuevo orden mundial se está formando ante nuestros ojos”. Pero en realidad su “mundo nuevo” es un viejo mundo imperialista que desprecia a los pueblos y su independencia. Un imperialismo que miente y se disfraza (“los ucranianos y los rusos son un solo pueblo, este es un hecho histórico. Ucrania ha evolucionado como un estado artificial. El único país que puede garantizar su soberanía es el país que la creó: Rusia”), y que no aceptamos.
La reunión del 24 de febrero de 2022
Hace un año -el mismo día del inicio de la invasión de Ucrania- en el Kremlin, Putin se reunía con casi medio centenar de oligarcas del acero y las finanzas, del níquel y el paladio; del petróleo y la banca, del transporte ferroviario, de la minería y los fertilizantes, del gas y la producción química; de la agricultura y el sector inmobiliario, del acero, las telecomunicaciones y la sanidad, de la industria tecnológica y del complejo militar industrial.
Una reunión de Estado del poder político y económico -expresión de una clase dominante compartiendo un proyecto común, más allá de las diferencias entre los diferentes sectores- en el momento de dar un paso adelante cualitativo como la invasión de Ucrania, pieza decisiva de su proyecto imperialista.
No es sólo Putin es la oligarquía rusa
Porque no es solamente Putin y su círculo cercano. La invasión de Ucrania es la clave de bóveda del proyecto imperialista de la clase dominante rusa. La oligarquía financiera y monopolista tiene como proyecto estratégico imponerse como una potencia euroasiática determinante en el mundo multipolar que se está gestando.
Y para ello trata de recuperar su poder exclusivo sobre el espacio territorial de las antiguas repúblicas exsoviéticas, desde Bielorrusia al oeste hasta el Pacífico, pasando por blindar su control sobre las repúblicas exsoviéticas de Asia Central y el Cáucaso. Necesitan tal área de dominio exclusiva para ser una potencia euroasiática decisiva, porque necesitan una amplia zona económica cautiva.
Ucrania es la clave de ese proyecto, y por ello han lanzado esta agresión -largo tiempo preparada- tomando ventaja de las condiciones y debilidades de una superpotencia estadounidense sumida en su ocaso imperial, y que pocos meses antes -en agosto de 2021- había tenido que salir vergonzantemente de Afganistán.
Una tenebrosa clase dominante burocrática
La procedencia político-burocrática soviética de la mayoría de los oligarcas rusos -junto a su incapacidad para competir económicamente no sólo con EEUU y la Unión Europea, sino con China y el resto de dinámicas economías asiáticas- los lleva a practicar -como en los tiempos de la URSS socialfascista- un asfixiante control de la vida económica y política de Rusia.
Se ven incapaces de competir pacíficamente, así que necesitan garantizarse un inmenso “coto privado de caza”, donde sólo ellos puedan controlar la extracción de materia primas, el tráfico de mercancías y la oferta de servicios, es decir, un mercado cautivo, además del control autoritario de la información, la mutilación de las libertades ciudadanas y el culto servil a la autoridad.
No pueden apoyarse sólo en el “poder blando”. Necesitan la brutal agresión militar, que llevan años practicando desde las guerras de Chechenia, la ocupación parcial de Georgia, la anexión de Crimea, la división en el Donbás ucraniano, la represión de las protestas en Kazajistán, la intervención en Siria, hasta el envío de mercenarios a Libia y el Sahel.
Los rasgos de la clase dominante rusa
Como en el resto de países capitalistas desarrollados, el capitalismo monopolista de Estado es el modo de producción dominante en Rusia. Rusia es el país más extenso de la Tierra, posee más del 30% de los recursos naturales del planeta, las mayores reservas conocidas de gas natural y es uno de los tres principales productores y exportadores de petróleo del mundo.
En Rusia tiene el poder una burguesía monopolista de Estado que concentra la propiedad del gran capital y el poder del Estado. No es la suma de un grupo de oligarcas. Es una clase dominante -de banqueros y propietarios de los oligopolios- estructurada, organizada y jerarquizada que detenta la propiedad del gran capital, es dueña de bancos y oligopolios y goza del control de los aparatos del Estado imperialista ruso.
Es la clase dominante de una potencia imperialista, la segunda potencia nuclear del planeta después de EEUU, aunque sea la primera si se tiene en cuenta el arsenal nuclear almacenado, con cerca de 6.000 cabezas nucleares -casi la mitad del arsenal atómico mundial- por las 5.500 de EEUU. Este es un rasgo fundamental del imperialismo ruso actual -agresivo y aventurero- especialmente peligroso ya que busca lograr por la fuerza y la intervención lo que es incapaz de lograr por ideología y competencia económica.
Eduardo Madroñal Pedraza
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