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Para una Mar independiente y voladora
“No queremos emperadores buenos -ni blancos ni negros ni de cualquier otro color- porque no queremos emperadores sobre la faz de la Tierra”. Dicho revolucionario.
El mundo se encuentra en un periodo muy turbulento y parturiente. Nos encontramos entre el ocaso de un mundo unipolar -con Estados Unidos como la única superpotencia realmente existente- y el complicado parto conflictivo de un mundo multipolar. Y en la lucha por ese mundo multipolar se están desarrollando dos proyectos antagónicos.
El proyecto por un mundo multipolar nuevo -porque se asienta sobre el más escrupuloso respeto a la independencia nacional de todos los países del planeta y a las decisiones soberanas de sus pueblos-; y el proyecto que reproduce lo viejo disfrazado de nuevo -las viejas prácticas imperialistas, como está haciendo Rusia, reviviendo su pasado de vieja superpotencia- con invasiones militares, dominaciones económicas e intervenciones políticas para imponer sus designios a los pueblos y países de dentro y de fuera de Europa.
Estamos en un período de transición necesariamente desordenado y caótico entre el ya caduco e imposible orden unipolar y el nuevo orden que se está gestando en un proceso contradictorio. Los pasos, el ritmo y las maneras -en las que ya se está desarrollando el iniciado desmoronamiento del actual orden imperial unipolar- está dependiendo, en primer lugar, de qué decisiones está tomando la burguesía monopolista estadounidense -todavía fuerte, muy fuerte como única superpotencia, pero cada vez más dividida en su mismo seno-; en segundo lugar, de la línea seguida en su emergencia por los reinos combatientes -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS)- destacando China; y, en tercer lugar, de la lucha -y su fuerza organizativa- que llevan adelante los pueblos por su liberación y los países por su independencia.
En 1973 -hace cincuenta años, es decir, medio siglo- solamente unas pocas naciones eran independientes de las dos superpotencias. Hoy, en 2023, casi la mitad de la población del planeta - el 46%, 3.490 millones de personas - vive en países que, en todo o en parte, ha conseguido zafarse del dominio del imperialismo, han conquistado cuotas de desarrollo económico y de soberanía nacional impensables hace décadas.
Las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, en su frenética disputa por la hegemonía mundial sembraron guerra, muerte y destrucción por los cinco continentes, provocando cincuenta millones de muertos. EEUU suponía un 36% del PIB mundial y la URSS, un 22%. EEUU tenía bajo su dominio a toda Europa Occidental, América, Oceanía, la mayor parte de África e importantes enclaves en Asia. Por su parte, la Unión Soviética dominaba la Europa del Este y países como Cuba, Corea del Norte, Mongolia y Siria.
Ambas superpotencias tenían un poderío militar inalcanzable para cualquier otro país imperialista y colocaron al mundo varias veces al borde de una guerra nuclear. Las dos superpotencias llegaron a acumular más de 70.000 ojivas nucleares, suficientes para reducir a un erial radiactivo toda la superficie del planeta cientos de veces.
La primera tendencia es que los pueblos y países del mundo avanzan y el hegemonismo y el imperialismo retroceden. La segunda tendencia es que el mundo unipolar se ha puesto en cuestión por la aparición de potencias que exigen un nuevo orden mundial. La tercera tendencia es que el espacio de dominación del hegemonismo y el imperialismo se ha achicado. Y la cuarta es que Estados Unidos camina hacia su ocaso imperial. Detrás de cada una de estas tendencias, el motor del cambio ha sido -y es- la lucha de los pueblos y países del mundo.
La redistribución del poder mundial se ha acelerado en estos años. Aunque Estados Unidos ha conseguido sortear los efectos de la crisis que provocó en 2008 descargando sobre sus aliados -especialmente los países europeos- las consecuencias. De hecho -de 2009 a 2019- el peso de la superpotencia estadounidense se ha mantenido en torno al 24% del PIB mundial, pero todo el resto de países subordinados ha perdido cerca de 20 puntos -del 63 ha bajado al 47%-; mientras los países del Tercer Mundo han ganado casi 10 puntos -del 35 al 43%- y en el caso de China se ha duplicado, subiendo del 8 al 16%.
Estados Unidos ha sido incapaz de frenar su ocaso imperial -incluso en el terreno político y militar, por ejemplo, con la estrepitosa retirada de Irak y Afganistán-; y para intentar contener a China, Washington ha tenido que incluirla como “enemigo estratégico” de la OTAN, y ha encuadrado a sus aliados en el Indo-Pacifico con acuerdos militares como el QUAD y el AUKUS.
Sin embargo, se ha multiplicado la emergencia de los BRICS, y en especial de China. En 2009 no existía la Nueva Ruta de la Seda, la influencia global de China era mucho menos significativa, y los mismos BRICS acababan de nacer. Una década después, estas potencias emergentes se han fortalecido convirtiéndose en el principal ariete del nuevo mundo multipolar. En particular, China encabeza el desarrollo tecnológico y científico -en computación, aeroespacial, energía de fusión, etc.-; y se ha destacado en su papel político y diplomático como defensora del multilateralismo.
La emergencia de Asia como nuevo centro geográfico del desarrollo mundial ha eclosionado de tal manera que ya no es solamente el continente de mayor crecimiento económico y el más dinámico socialmente, sino que también se está convirtiendo en la zona continental donde cada vez más se decide el rumbo de nuestro planeta.
España, Portugal e Iberoamérica podemos tener un papel relevante en el nuevo mundo construyendo un polo hispano emergente. Tenemos las condiciones materiales necesarias para iniciar el camino, sólo hacen falta voluntad política y unidad.
“En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio”. Gabriel Celaya.
Eduardo Madroñal Pedraza
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