Una historia de amor y generosidad

Reproducimos la entrevista de La Voz de Galicia a una pareja, él dono un riñón a su mujer para tener una mejor calidad de vida, una auténtica historia de amor y generosidad

Sociedad - Salud 11/06/2022 Redacción
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Foto realizada por laxozdegslicia.es

sa Navidad Óscar me dijo que mi regalo le iba a costar un riñón», dice entre risas Ángela Pérez. Ella tiene 50 años y desde hace dos vive con tres riñones. Los suyos, que «no funcionan», y el de su marido. Óscar no dudó en ningún momento en convertirse en el donante de su «compañera de vida». Un cáncer se interpuso en el camino, pero solo fue un paréntesis que terminó con los dos paseando «en bata, llenos de cables y bolsas, pero felices, por los pasillos del Chuac».

El riñón, a diferencia de los otros órganos, se puede obtener de donantes vivos y sanos porque es una víscera par y se puede vivir exactamente igual con un riñón que con dos. En el año 2021 se realizaron en España un total de 2.950 trasplantes renales de los que 323 fueron de donante vivo.

¿Estarías dispuesto a donarle un riñón a tu hermano, madre, amigo o pareja? No es un pregunta fácil. Él no lo dudó en ningún momento. Esta es la historia de Óscar y Ángela.

Con 13 años a Ángela le detectaron poliquistosis renal, una enfermedad genética que heredó de su padre y que hace que los riñones se vayan llenando de quistes. «Ahora mis dos riñones (los propios) es como si fueran dos racimos de uvas. Cada quiste que aparece inutiliza esa parte del riñón y, como mecanismo de defensa, el riñón se hace cada vez más grande, pero tú vas perdiendo la función renal», explica Ángela desde su casa de Ferrol. Con solo 13 años la tensión alta fue la señal de alarma. Desde entonces come sin sal y se cuida de manera estricta. Lo que realmente precipitó su empeoramiento fue el embarazo. «Tuve a mi hija con 30 años y mi función renal empeoró mucho. Ahí tuve que empezar una de las dietas más restrictivas que existen, no solo comer sin sal, sino controlar el potasio. ¿Qué significa esto? Todas las legumbres, las hortalizas, las verduras… todo tiene potasio así que para eliminarlo tienes que poner todos esos alimentos a remojo cortados en trozos y después hervirlos dos veces. Imagínate, es algo que te condiciona toda la vida, es una tortura. Yo soy una persona completamente estricta y me cuido mucho. Por eso es descorazonador ver cómo te cuidas, haces ejercicio, lo llevas todo a rajatabla… pero la enfermedad sigue progresando», cuenta.

«Los enfermos renales tenemos la “suerte” de que existe una máquina que puede hacer las funciones de los riñones. Los médicos no te dicen que necesitas un trasplante directamente, lo que te dicen es que vas a tener que entrar en diálisis. En el momento en el que entras en diálisis, también pasas a formar parte de la lista para una posible donación de cadáver», explica Ángela. Ese momento llegó, pero Óscar ya lo tenía claro. «La verdad es que yo convivo con la enfermedad de Ángela desde que la conozco y por eso veo día a día sus limitaciones y sus problemas, pero cuando la nefróloga ya nos plantea que llega el momento de entrar en diálisis, y veo que hay la opción de hacer un trasplante de donante vivo con más probabilidades de éxito, no dudo en que yo tengo que ser el donante», relata él.

Ahí comienzan todos los estudios para comprobar que él puede ser donante, que ella puede ser receptora y que, además, son compatibles. El destino quiso que, gracias a las pruebas que le estaban haciendo a Óscar, se le detectase un cáncer de próstata. Un tumor que apareció de forma muy precoz, era incipiente y pudo tratarse con éxito. Eso sí, el proceso de donación se paralizó y «como ven que no va a poder donarme el riñón me hacen esa fístula para prepararme para la diálisis porque no iba aguantar mucho más».

Pero Óscar se recuperó a tiempo, antes de que Ángela comenzara la diálisis, algo también muy importante para su pronóstico. «A mi marido le dan el alta al cabo de dos años y ahí vuelve a ofrecerse como posible donante. Tanto su urólogo como los nefrólogos dieron el ok a comenzar el proceso. Él siempre lo tuvo claro, pero a mi me daba más miedo. Yo pregunté si el riñón que me iban a poner de él, yo podía “estropearlo”, pero me explicaron que era plantar un árbol nuevo en un terreno sano», recuerda Ángela.

«A él le quitan un riñón y a mí no me quitan ninguno de los míos porque la enfermedad  puede agravarse si extraen mis órganos, así que yo tengo tres riñones y él uno. Otra de las cosas que tuvieron que estudiar, porque tengo los riñones muy grandes, es si me cabía el suyo. Hay gente a la que hasta se lo ponen en la pierna. A mi me lo han puesto casi casi donde tenemos los ovarios», explica.

«Los días antes de la operación recuerdo estar paseando con Óscar y preguntarle si estaba seguro, pero él nunca flaqueó», dice Ángela. Algo que corrobora con los ojos cerrados su marido: «En ningún momento, ni por un segundo, pensé en la posibilidad de echarme atrás. Darle un riñón a tu compañera de vida no es un mérito. Lo volvería a hacer mil veces».

Ángela agradece a Alcer (Asociación para la lucha contra las enfermedades del riñón) su apoyo durante todo el proceso, «me dieron un dato que me tranquilizó muchísimo, y es que los donantes de riñón en vivo tienen una mayor esperanza de vida. Eso se debe a que les hacen revisiones periódicas por lo que detectan muchos problemas mucho antes».

El 10 de diciembre del año 2019 fue la fecha de la operación. «Fue muy bonito, pero yo tenía mucho miedo, sobre todo por él. El protocolo mandaba que teníamos que estar en habitaciones separadas del Chuac. Ingresamos 48 horas antes de la operación. Jugábamos a las damas en la sala de espera. Yo estaba muy nerviosa, pero con muchas ganas»

El día del trasplante el primero que baja al quirófano es Óscar y Ángela se despide de él desde la puerta de su habitación. Su operación duró tres horas y la de ella seis horas y media. «Cuando nos despertamos, estamos en ucis distintas en plantas distintas. Lo primero que hago es preguntar por él. Son nuestras familias las que nos van transmitiendo los mensajes del uno al otro en las visitas. Yo recuerdo estar muy dolorida pero muy feliz de que todo saliera bien. El primer día fuera de la uci nos vimos por videollamada porque no nos podíamos mover, al día siguiente él vino a verme en silla de ruedas y lloré lo más grande. Fue una cosa preciosa. Nos ponen a caminar por el hospital, íbamos juntos llenos de cables, era un cuadro vernos por el pasillo con las batas y las bolsas. Íbamos doloridos pero felices», recuerda con una sonrisa. «Era una mezcla de miedo, nerviosismo, ilusión y esperanza. Yo lo recuerdo como una experiencia bonita», añade Óscar.

Dos años después de esta foto todo va bien. «A mi me funciona el riñón mejor que a él», dice entre risas Ángela. «Yo se lo agradezco muchísimo y muchísimas veces porque fue muy valiente».

Fuente:lavozdegalicia.es

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